miércoles, 29 de febrero de 2012

Buscando a Watanabe

Marco Katz

Desde luego, los visitantes al Perú tienen que subir a las alturas para ver los esplendores de los Andes. Yo quería ir al norte también y además a un lugar poco conocido: Laredo, el pueblo natal del poeta José Watanabe.
Al llegar al aeropuerto Martínez de Pinillos, de Trujillo, pregunté al taxista si me podía llevar a Laredo y si, de casualidad sabe algo de Watanabe. Al igual que otros peruanos con quienes he hablado, él ha visto un par de sus películas, Alias “La Gringa” y La ciudad y los perros, ésta última basada en la novela de Mario Vargas Llosa. La primera de estas películas ofrece la visión de Watanabe sobre el individuo en contra a la sociedad que lo rodea. También se trata un tema visto en su poesía: la identidad. En un momento aparentemente sin importancia, un guardia grita los nombres y los apodos de los internos en la cárcel en que se encuentra el protagonista, Jorge ‘La Gringa’ Venegas. Entre los reos se oye: “Watanabe Varas, José, alias El chino,” una referencia a la realidad en que los habitantes de los países americanos denominan ‘chino’ a todos los asiáticos.
En efecto, Watanabe no es chino. Su padre vino al Perú desde Japón. “El perejil anunciaba a mi padre, Don Harumi, esperando su sopa frugal,” escribe el hijo en un libro llamado Historia natural:
Gracias de este país: un japonés que no perdonaba / la ausencia en la mesa de ese secreto local de cocina! / Creo que usted adentraba ese secreto en otro más grande / para componer la belleza de su orden casero / que ligaba / familia y usos y trucos de esta tierra…”
Watanabe tampoco es japonés. Aunque el poeta reconoce la influencia de sus herencias paternas en “Elogio del refrenamiento” y otras colecciones de su poesía, él ha crecido en un ambiente peruano y ha aprendido castellano como su lengua materna. “Lo que pasa es que para mí ha sido difícil conseguir interiorizar el concepto de patria”, afirmó Watanabe durante una entrevista con Alonso Rabí Do Carmo, “porque soy birracial, como dicen ahora en Estados Unidos. Mi padre es japonés y mi madre peruana, peruana chola, entonces yo he vivido en estos dos mundos. Claro y uno dice ‘soy peruano’, pero en realidad yo tuve que conseguir ser peruano.”
Pero ¿es Watanabe peruano? Cuando llegó el centenario de la llegada del Sakura Maru con los primeros inmigrantes japoneses al Perú, el poeta participaba en una colección de fotografías y textos titulada El ojo de la memoria. “Y comencé a escribir explorando”, recordó en la susodicha entrevista, “buscando esa patria y he llegado a la conclusión de que Laredo es la única patria que he tenido y que el resto de lugares, incluyendo a Lima, son sólo lugares de paso. Cuando me pregunté por mi patria, me dije: primero mi cuerpo, luego Laredo.”
Entonces me dirijo a Laredo para ver la patria de un poeta que tanto admiro. Allí no veo mucha evidencia de interés en su hijo literario. No obstante, el ayuntamiento ha cambiado el nombre de la colección de libros ubicada al lado de la Plaza de Armas. Ahora se llama la Biblioteca José Watanabe Varas. Además, el lugar cuenta con dos bibliotecarios astutos que conocen las obras del escritor, Roel Luis García y el profesor emérito Félix Gutiérrez. Me muestran las obras de Watanabe que tienen en sus estancas, que incluyen dos libros para niños que no había visto nunca. Después de una plática interesante sobre el poeta, me conducen a la calle donde vivió la familia de Watanabe. Salgo de Laredo con más información que esperaba y la esperanza de intercambios útiles con mis nuevos colegas, los bibliotecarios.
Después de haber cumplido 58 años, José Watanabe Varas, un verdadero hijo de nuestra tierra americana, escribió en 2007 sus últimos versos. Muchos son los poetas que reciben mayor reconocimiento luego de su muerte y creo que Watanabe es otro de ellos. En “Cosas del cuerpo” lo pronosticó, “Ya la estoy buscando sin prisa, entre todos / los honrados, y con un resabio de sangre en la boca / como si estuviera masticando / mi propia lengua.” Sí, debe recibir los honores que merece y quizás en mi próxima visita veré aun más muestras del poeta, unas placas conmemorativas en sus casas familiares y otros peregrinos literarios en el centro de Laredo.

jueves, 23 de febrero de 2012

Hablar de poesía

Augusto Rubio Acosta

El mediodía y la tarde de hoy la pasé en los libreros de viejo, practicando el huaqueo. Dedicarse a la arqueología literaria, a hurgar en restos materiales, documentos extraviados, perdidos, pero suficientemente iluminados por las fuentes escritas más diversas, constituye para el suscrito –más que una pasión- una forma de vida. Cuando volvíamos a la realidad, mientras retornábamos a pie bajo el sol abrasante de la urbe, me pregunté como otras veces sobre el por qué de la poesía.

¿Por qué la poesía, de dónde surge esa resistencia que hila y expone sus discursos al viento en pos del ciudadano consciente que la acoja?, ¿por qué la poesía y los actos de insumisión pública que produce?, ¿de dónde nacen los ejercicios de conciencia práctica que le son afines, dónde se genera esa pública reflexión, esos textos con tramas y pretensiones artísticas que nunca son indiferentes al estado de las cosas?

La poesía es un misterio, qué duda cabe. Por eso aquí no pretendemos explicarla. El texto que pongo en vuestras manos pertenece a esa especie de reflexión diaria que asoma entre el ruido de los autos camino al centro de trabajo, en el twitteo del día a día, que está al margen de los escaparates y de las formas autorizadas y banalizadas por la crítica. Las presentes líneas constituyen, en ese sentido, la mera reflexión de un autor semi clandestino que ha publicado algunos libros que en la mayoría de los casos han ido a parar porfiadamente a las manos, a las bibliotecas de sus amigos y de algunos irreductibles cachineros insomnes.

La verdadera poesía no se silencia nunca ni cede en su afán de reivindicar la palabra y visibilizar el mundo injusto en que sobrevivimos. La poesía es resistencia pero también es fuga, es vitalidad, búsqueda estética y social, es creación, proceso, es vida. El poeta está obligado a asumir -entonces- con rigor ético y compromiso moral el difícil y conflictivo equilibrio entre supervivencia económica y rechazo del orden y lógicas establecidos, proyecto hartamente complicado (casi imposible), pero hermoso y heroico si se persevera inyectando vida a través de la escritura y negando el discurso oficial con argumentos que van más allá del mercado, la resignación o el lamento.

Hablamos de poesía cuando no hay lugar para el temor, en muchos casos tampoco para la esperanza. La poesía busca y encuentra sus armas en los incendios más oscuros de nuestra sociedad y se propaga desde los márgenes. El género aporta a la transformación social desde una vivencia y experimentación difícil de explicar, desde el latido de otros mundos posibles, desde el conflictivo y violento diálogo contra la capacidad devoradora de sentido y verdad que tienen las ideas y los nombres que sustituyen a la experiencia y la materia, enmascarándolas.

Huaqueaba entre los libreros de viejo y pensaba que la primera y más constante batalla que hay que librar (además del que se mantiene permanentemente frente al lenguaje) es la de la resistencia contra nosotros mismos, el de la propia transformación. Dedicarse a la poesía es intentar dejar que la voz común se dirija frontalmente contra la realidad, es tratar de vivir mereciendo nuestros más caros anhelos: vivir poéticamente, dejarnos arrastrar por la aventura de lo que no está hecho, de lo que es desconocido y necesita esclarecerse.

Foucault decía: crear y recrear, transformar la situación, participar activamente en el proceso: eso es resistir. Queda entonces seguir escribiendo por amor y pasión mientras uno escucha a The Beatles o las melodías de Sidney Bechet. Queda escribirle a la muchacha de ojos tristes (sometimes alegres) que sacude nuestra existencia. Queda escribir también para entender el mundo. Escribir para cambiarlo.

lunes, 20 de febrero de 2012

¿Qué es la poesía?


Brindar elementos que contribuyan a una mejor descripción del fenómeno poético, uno de los discursos más herméticos de todos los tiempos, discurso marginal, construido tanto desde los límites de la vida social, como desde los límites mismos de su materialidad: el lenguaje. En este vídeo, Víctor Vich nos ofrece las claves para aproximarnos a esta forma literaria y subraya su importancia para la comprensión de nuestra vida social y subjetiva.

miércoles, 8 de febrero de 2012

De estupidez y política

Augusto Rubio Acosta

Musa bastante insólita para los intelectuales, la estupidez no ha dejado de inspirar a la gente a lo largo de los siglos. Sin embargo, hay quienes ostentan una sorprendente recurrencia en la misma, una especie de empeño, empoderamiento y hasta lucimiento personal alrededor de ella, lo que bien podría llevarnos a pensar y a colegir que los estúpidos en la sociedad en que vivimos son mayoría.
Platón hace decir a Simónides en el Protágoras, que “en efecto, la de los imbéciles es una familia muy numerosa”. Al respecto, San Agustín tampoco se calla: “los imbéciles, idiotas y lerdos, constituyen la absoluta mayoría de los hombres”. A su turno, Descartes coincide con ellos al señalar que: “pocas veces tenemos ocasión de tratar con personas completamente razonables”; sin embargo, Marcel Proust matiza, no sin poner los puntos sobre las íes: “cada vez que alguien mira las cosas de un modo poco distinto, las cuatro cuartas partes de la gente no ve ni jota de lo que se les muestra”.
La necedad y falta de inteligencia en la enorme mayoría de nuestra clase política ha hecho que su labor como guía de organizaciones estatales y de conductor de gobiernos en la lucha contra la erradicación de la pobreza –por ejemplo- sea un fracaso; que la promoción de iniciativas como el intercambio de conocimientos entre grupos sociales, para la definición e implementación de los derechos económicos, sociales y culturales, haya terminado de igual forma; para nadie es un secreto que la búsqueda de proyectos de desarrollo centrados en la dignidad de las personas, haya terminado en la nadería, en la más absoluta indiferencia.
Estupidez y política van de la mano -entonces- y nadie puede negarlo. El impulso y promoción de los derechos económicos, sociales y culturales juegan un papel crucial en la lucha contra la pobreza, de ahí que varios programas de desarrollo estén basados en la inclusión social y el respeto a los mismos, con el objetivo de que la población en riesgo pueda convertirse en ciudadanía activa, algo que quisiéramos ver de manera floreciente en estas tierras.
Es preciso anotar que hay quienes piensan que lo más terrible de la imbecilidad es que ésta puede parecerse a la más profunda sabiduría. Lo señalado trae a colación el anodino discurso de muchos de los integrantes de nuestra fauna política al ser abordados diariamente por la prensa, al salir a disertar a las calles y plazas, y sus continuas recurrencias en la sabiduría popular, la misma que -como es natural- tiene muy poco de sabiduría y es más bien el fruto de una repetición de algo que no siempre tiene su origen en la inteligencia. Las falacias de los políticos, sus variados argumentos para explicar por qué vivimos cómo vivimos, por qué nuestra ciudad es altamente insegura, por qué vivimos históricamente postergados, y un largo etecé de problemas sin solución a la vista que ellos conocen de memoria, redunda en una estupidez que es democrática, universal y que no se refleja en el espejo.
Las preguntas se desprenden a esta altura del texto por sí solas: ¿cómo podemos deducir a la hora del sufragio si tal o cual candidato es estúpido o por lo menos lo es en potencia?, ¿cómo se reconoce a un político estúpido o quién encaja perfectamente con el adjetivo?
El estúpido es sobre todo alguien que no piensa en lo que dice, que no detecta las a veces sutiles diferencias entre las cosas, que está completamente satisfecho consigo mismo y que finalmente es presuntuoso y hace gala de una vanidad estratosférica. Pero ahora que recuerdo, el estúpido es sobremanera alguien que ignora su condición y que considera estúpidos a los que dicen o hacen algo que no les complace. Tremendo detalle.
Habrá que filosofar –largo y tendido- sobre quién es quién en la vida política, social y cultural del país. Queda abierto entonces este quien sabe insípido debate.

En las librerías, mientras duermes

miércoles, 1 de febrero de 2012

Ribeyro: Diario de un diario

Sobre Ribeyro, voz única en el universo de la cuentística latinoamericana, tratan las siguientes líneas, diario de un diario en la palabra de Juan Gabriel Vásquez que toma nota detallada de las impresiones del autor de "Dichos de Luder" para analizar su posición como escritor ante nosotros los lectores, su vida misma, la percepción que tuvo de la escritura y la vida. El que sigue es un texto imprescndible sobre Julio Ramón. Posteo aquí un fragmento, al final del post es posible acceder al texto completo. Muchas gracias por estar ahí después de tantos años, estimados lectores de esta modesta pero perseverante bitácora destinada a difundir cultura y a enhebrar los esfuerzos de quienes aman el papel en blanco (para escribir sobre él), de quienes aman la libertad...

Me doy cuenta de que he comenzado a hablar de Ribeyro cada vez que puedo. Le pregunto a la gente si lo ha leído; les pregunto a mis alumnos norteamericanos si saben quién fue. Uno de ellos, para hacerse una idea de este nuevo personaje desconocido, me pregunta si Ribeyro era un escritor «revolucionario», y me parece que ha encontrado la clave de algo. Es imposible entender el boom latinoamericano al margen de Fidel Castro, de Casa de las Américas en Cuba. Cortázar, Fuentes, Vargas Llosa colaboran regularmente con la revista de la Casa de las Américas; García Márquez se adhiere desde el principio y de manera (dolorosamente) incondicional a la Revolución. En toda América Latina surgen revistas como Siempre! o Primera Plana que sirven de caja de resonancia a los autores del boom, siempre a cambio de su apoyo al nuevo socialismo caribeño. En todo este panorama, ¿dónde exactamente se ubica Ribeyro? Ya el 11 de mayo de 1956 había escrito: «La ventaja de no tener opiniones es que uno jamás se repite». Y el 30 de julio: «Uno de los problemas que más me inquietan es la imposibilidad en que me encuentro de definir mi posición política». El 1 de enero de 1959 Fidel Castro entra triunfante en La Habana, y el mundo latinoamericano se sacude desde el Río Grande hasta la Patagonia. Pero en el diario de Ribeyro la primera anotación del año es del día 19, y habla de una obra de teatro que acaba de terminar; la segunda, del 26, habla de su úlcera. El nombre de Castro aparece por primera vez el 22 de agosto. Pero de 1960.

No se piense que Ribeyro era un ingenuo político o un habitante de una de esas torres de marfil de las que nos suelen hablar con cierta frecuencia a los escritores latinoamericanos. Ribeyro conservó siempre una conciencia profunda del mundo que lo rodeaba; sólo un empecinado observador social, sólo un crítico intransigente de la fauna peruana, hubiera podido escribir Los gallinazos sin plumas, ya no digamos las Tres historias sublevantes.
Los cuentos de Ribeyro coleccionan pequeños momentos de verdad íntima, pequeñas revelaciones o, si se quiere, epifanías. Pero no hay grandes verdades, no hay verdades políticas, porque el autor era incapaz de ellas. El 26 de julio: «Desaliento, mientras redacto el manifiesto sugerido por Vargas Llosa, “Estamos en país ocupado: resistir”, sobre el papel que deben jugar en el Perú los intelectuales. Me doy cuenta de la inutilidad de la palabra». Y concluye a manera de memorando privado: «Tentación de la política, grave escollo de los escritores que se acercan a la madurez. Evitarla»...